Reina de España (Madrid, 1830 - París, 1904). Isabel II
nació del cuarto matrimonio de Fernando VII con su sobrina María
Cristina de Borbón, poco después de que el rey promulgara la Pragmática
por la que se restablecía el derecho sucesorio tradicional castellano,
según el cual podían acceder al Trono las mujeres en caso de morir el
monarca sin descendientes varones.
En virtud de
aquella norma, Isabel II fue jurada como princesa de Asturias en 1833 y
proclamada reina al morir su padre en aquel mismo año; sin embargo, su
tío Carlos María Isidro no reconoció la legitimidad de esta sucesión,
reclamando su derecho al Trono en virtud de la legislación anterior y
desencadenando con esta actitud la Primera Guerra Carlista (1833-40).
Hasta
que Isabel II alcanzara la mayoría de edad, la Regencia recayó en su
madre María Cristina, la cual encabezó la defensa de sus derechos
dinásticos contra los partidarios de don Carlos; para ello entabló una
alianza con los liberales, que veían en la opción isabelina la
posibilidad de hacer triunfar sus ideas frente al partido absolutista
agrupado en torno a don Carlos.
En consecuencia, llamó al gobierno a los liberales y aceptó el régimen semi constitucional del Estatuto Real (1834);
la presión de los liberales más avanzados le obligaría luego a admitir
la nacionalización de los bienes de la Iglesia (desamortización de
Mendizábal) y el establecimiento de un régimen propiamente liberal
(Constitución de 1837). Entretanto, la suerte de las armas fue favorable
para la causa de Isabel, pues los ejércitos de Espartero consiguieron
imponerse a los carlistas en el frente del Norte (Convenio de Vergara de
1839) y en el Maestrazgo (derrota de Cabrera en 1840).
En lo sucesivo, Isabel II inclinaría sistemáticamente
sus preferencias políticas hacia los moderados, incumpliendo su papel
arbitral de reina constitucional al llamar a formar gobierno siempre al
mismo partido, lo cual obligó a los progresistas a recurrir a la fuerza
para tener opción de gobernar; por esa razón se sucedieron los pronunciamientos, mecanismo de insurrección militar, frecuentemente combinada con algaradas callejeras, para forzar un cambio político.
La
ignorancia y candidez de Isabel II se complicaron con su insatisfacción
sexual, fruto del desgraciado matrimonio que le arreglaron a los 16
años con su primo Francisco de Asís; una sucesión de amantes reales
adquirieron influencia sobre las decisiones de la Corona, al tiempo que
confesores y consejeros aprovechaban el sentimiento de culpabilidad y
los accesos religiosos de la reina para hacer sentir también su
influencia. Isabel II se rodeó así de una «camarilla» palaciega con
influencia política extra constitucional, causa adicional de su
descrédito ante el pueblo y la opinión liberal.
Desde
el comienzo de su reinado, Isabel II inauguró esta tónica al amparar
diez años de gobierno ininterrumpido de los moderados (la «Década
Moderada» de 1844-54), en los que el poder estuvo dominado por el
general Narváez. Este predominio moderado se plasmó en una nueva
Constitución en 1845, en la que el poder de la Corona quedaba reforzado
frente a los órganos de representación nacional; y también en toda una
serie de leyes importantes que conformaron el modelo de Estado liberal
en España en una versión muy conservadora; este giro permitió
restablecer las relaciones con el Papado, que reconoció a Isabel II como
reina legítima en 1845.
El descontento de los
liberales acabó por provocar una revolución que dio paso a un «Bienio
Progresista» (1854-56), marcado de nuevo por la influencia de Espartero.
Pero una nueva sublevación militar restableció la situación
conservadora, abriendo un periodo de alternancia entre los moderados de
Narváez y un tercer partido de corte centrista liderado por el general
O'Donnell (la Unión Liberal). Los progresistas, excluidos del
poder, se inclinaron otra vez por la vía insurreccional, que prepararon
desde el Pacto de Ostende de 1866; pero esta vez exigieron el
destronamiento de Isabel, a la que acusaban de intervencionismo
partidista y de deslealtad hacia la voluntad nacional.
El
resultado fue la Revolución de 1868, que obligó a Isabel II (de
vacaciones en Guipúzcoa) a exiliarse en Francia. En 1870 abdicó en su
hijo Alfonso y confió a Cánovas la defensa en España de la causa de la
restauración dinástica; ésta se logró tras el fracaso de los sucesivos
regímenes políticos del Sexenio Revolucionario (1868-74), y la
entronización de Alfonso XII. La reina madre, símbolo del pasado y del
desprestigio de los Borbones, regresó a España en 1876, severamente
vigilada y bajo la prohibición de cualquier actividad política; pero sus
desavenencias con el gobierno de Cánovas le decidieron a exiliarse
definitivamente en París, donde permaneció resentida y aislada,
sobreviviendo a su madre (1878), su hijo (1885), su marido (1902) y la
mayor parte de sus amantes y amigos.